sábado, 5 de enero de 2013

De pretemporada, por si algún club se interesa en mí - Madrid, día 14

Si señor! Es día de trote en Madrid y los muchachos de las obras viales no se han apiadado de mí. Se ve el sol de las 9 am pidiendo permiso para entrar en mi cómoda e improvisada habitación. Estas piernitas quieren un pequeño entrenamiento que les den la forma física necesaria para sobrevivir a las largas caminatas que aún están por venir.

El desayuno será café con leche, sandía, jugo de naranjas, queso y jamón ibérico exquisito. Todo gracias a mis primos que, pese a mi reticencia, han hecho las compras pensando también en mí. Anita nos esperará en el Parque de Retiro, a partir de las 1030, así que dejamos el departamento con Caro cerca de las 10. Bajamos, y comenzamos caminando, pero esta caminata lleva un ritmo poco usual. Algo me dice que no caminaremos hasta encontrar a la amiga de mi prima... Mi cuerpo pide una tregua para intentar digerir la comilona de hace apenas 20 minutos, pero Caro me dice "comenzamos a trotar?". "Oh, no!" pienso, pero por mi boca sale un "dale!" y comienza el trote, apenas a 2 cuadras de distancia de lo que es hoy mi hospedaje. El tráfico está tranquilo por la avenida del Mediterráneo, y el Parque de Retiro queda a unas pocas cuadras, pero por más fuerza mental que haga, ningún semáforo complotará contra este trote poniéndose rojo para el peatón. En menos de 6 minutos estamos en el Parque. Bueno, en la periferia de el mismo. "Dónde nos espera Anita?". "En el Ángel Caído". "Mmmmm, espero que ese Ángel no quede tan lejos como sospecho" pienso, pero el poco aire que el proceso de digestión deja libre no es suficiente como para que yo pueda emitir alguna otra palabra.

Mientras bordeamos el parque, con sus verdes impecables, y su enrejado de 3 metros de altura, se ve mucha gente haciendo jogging por los senderos ya marcados seguramente por los mismos deportistas. Algunos viejos, a quiénes el físico ya no les permite trotar ni aunque quisieran, se sientan en los bancos a leer el periódico plácidamente.
10.20 estamos en el Ángel Caído, una estatua de una fuente situada medio kilómetro parque adentro. De Anita, ni señales, así que yo aprovecharé para tomar aire, elongar piernas, espalda, hasta dedos!, y dejar que ese jamón avance un poco en mi sistema digestivo. 10.32, voy y vengo de un lado al otro, alrededor del ser celestial, observando los deportistas, la gente pasear y el personal de mantenimiento del parque. Finalmente, cerca de las 10.40 se ve a la distancia, una figura femenina cuyos movimientos enérgicos asustan. Es Anita! Y ahora puedo decir que "se juntaron el hambre y las ganas de comer". Mamita!!! Ya me estoy arrepintiendo del momento en el que acepté venir a trotar con estas dos maratonistas!!! Van a ser 40' de trote a un ritmo importante, que se amenizan viendo el espectacular partque por dentro, el que tiene, entre otras cosas, el Palacio de Cristal, una estructura de hierro y cristal situada en los Jardines del Retiro. El recorrido aleatorio termina cerca del Lago, donde hay dos cafés en los que las chicas suelen sentarse a beber un café al final del ejercicio. Esta vez, ambos estarán cerrados debido a las vacaciones y nos conformaremos con volver a casa a almorzar (al menos no trotando), mientras yo recobro mi aliento. Justamente en el lago, está instalado un set de grabación, donde se filma una escena de unas personas remando en un pequeño bote. Disminuimos la velocidad de nuestro paso, para darle un poquito de lugar a nuestro cholulismo y también conocer un poco cómo se hacen las películas. Anita retoma el camino que la devolverá a su casa. 
Luego de una ducha refrescante y un rápido almuerzo, estamos listos para volver al ruedo. El plan es conocer el estadio del más "humilde" de los equipos madrileños: el del Atlético de Madrid. Antes pasearemos un poco por el centro, donde aún se ve "la resaca" de la Jornada Mundial de la Juventud que se terminó justamente 1 día antes de que yo llegue a la ciudad: vallas en las calles y lugares públicos, jóvenes con altoparlantes cantando (probablemente) canciones religiosas en los más variados idiomas, banderas, remeras y la popular mochila naranja, roja y negra que los "colaboradores" han adquirido. A la gente que se ha quedado trabajando en la ciudad todavía le dura la indignación de la visita del Papa. 
Nos movemos con el metro, donde en una de las paradas sube un hombre con el peor olor a sobaco de toda Europa. Nosotros estamos como a 3 metros del tío, pero la esfera de olor es tan enorme e intensa, que nos sumerge en la desagradable baranda. Es el peor olor que sentiré en todo el viaje y probablemente en toda mi vida. Por suerte, desciende a unos pocas paradas. 
La popular Puerta de Alcalá se nos cruzó en el camino

En el camino, para calmar la sed que está dando este día tórrido y el trote matinal y también para hacer un poco de tiempo, nos tomamos unas cañas en la taberna Tirso de Molina, un bar de estilo clásico, todo de madera por fuera, y por dentro con sus choperas cromadas, la barra también de madera lustrada y vitrales en los techos. Un nivel tremendo el nuestro!.


La taberna Tirso de Molina, tan clásica como pintoresca.
Restaurantes con pinturas en los azulejos exteriores. Este ofrece espectáculo de flamenco en vivo.

Mientras caminamos en dirección del Vicente Calderón, yo me detengo a hacerle fotos a los pintorescos restaurantes, que tienen por fuera madera y azulejos pintados. Claro, mi prima no se divierte tanto como yo, pero ahora comprende que sacar fotos es para mí casi una necesidad.


Callejuelas de Madrid

Finalmente en el estadio, nos recibe una escalera con alfombras negras que dirige hacia el interior. La misma se ha despegado en uno que otro escalón y podría causar un accidente a cualquier distraído. Mi primera impresión es bastante poco "europea". Al ir a la boletería, nos damos con 2 jóvenes "gallegas", que no están tan bonitas, pero su acento me puede. Nos dicen que a las 1630 larga el tour por el estadio, que está incluido en el precio, pero hay que coincidir en el momento que comienza para tomar parte. Como falta una media hora, nos distraemos en el gift shop, que parece más sudamericano que otra cosa, con su contrapiso. Volvemos para finalmente entrar al museo, donde podemos ver el historial del club, bastante humilde a decir verdad, con más momentos tristes que de gloria. Sus copas, las camisetas y la Europa League 2010 y Supercopa Europea 2010 como los trofeos más grandes ganados recientemente. Forlán, sin duda la figura del club, me permite sacarme una foto con él. Es de cartón, pero le pongo onda. 


Los logros del Aleti en la vidriera

Forlán y yo, cuando aún éramos amigos. Le estoy recriminando un pase que no me dio allá por el 2007.

Para mi, esto es una revancha por los  estadios de la Fiore y el Valencia. De repente, la misma vendedora de la entrada dice "por favor, me siguen para hacer el tour". Es ella quién lo va a dar! y no parece llegar a los 18 años. En el recorrido por las tribunas, nos detenemos de tanto en tanto, y ella hace algún comentario acerca de la historia del club, pero en muchos momentos se nota que tuvo que memorizarse las líneas. Hay una pareja yankee que se pasea con las bolsas de Real Madrid, y que no entienden una palabra del español, por lo que se conforman con mirar el estadio. A veces, nuestra guía intenta explicarles algo en inglés, pero deja muchísimo que desear. Mi prima y yo intentamos levantarle el aplazo al tour para esta gente, pero creo que no habrá manera de salvar "ese muerto". Igual, la guía se merece una foto conmigo ja. 


"Está bien, te perdono que no puedas explicar algunas cosas en inglés"

Pasaremos por la sala de conferencia de prensa, donde mi prima me contratará para jugar en el club; veremos el vestuario, donde nuevamente el casillero de Forlán se lleva toda la atención y terminaremos saliendo al museo, donde justamente se proyecta un pequeño corto en una sala. Lo vemos, porque queremos aprovechar cada euro que ha valido la entrada, y justo sobre el final llama Gabriel, quién ya está tomándose un café en el bar, esperando por nosotros.


Cerrando el trato con el Aleti, para jugar un añito en Madrid... Me encantaría!

Todos los trofeos del club

El plan es pasear un poco en "coche" por la ciudad. Salimos por la calle 30, bordeando el río Manzanares que cruza la ciudad, pasando por debajo de la platea del Vicente Calderón, y pronto tomamos el Paseo de la Castellana,  en dirección norte, pasando primero por el Estadio Bernabeu del Real Madrid, luego por la Plaza de Castilla, donde está el Obelisco de Madrid y las torres Kio (esas de arquitectura extraña, inclinadas hacia la avenida); hasta llegar a las Cuatro Torres Business Area, un parque empresarial donde están los edificios más altos y modernos de la ciudad. Acá pegamos la vuelta y Gabriel sugiere ir a ver un "verdadero estadio". 


El Santiago Bernabeu, enorme y atractivo.
Las Torres Kia, desde el Paseo de la Castellana.
Una de las torres, sobre mi cabeza, aunque no se aprecie en la foto.
Las Cuatro Torres del Business Area

Nos detenemos casi al frente del Gift Shop del Bernabeu, y es ahí donde entramos. Puedo decir que estoy boquiabierto por el merchandising de este club: se ven extranjeros (sobre todo asiáticos) comprando cualquier item con el logo del Real. Mucha gente, mucho movimiento, muchísimos artículos, desde los más obvios hasta los más absurdos. En un momento, se acerca un promotor a acercarnos una promoción, que por unos 50€ anuales te hacés "madridista", y "de regalo" te dan entradas para visitar el estadio y el museo y para ver el partido de mañana por la noche contra Galatasaray por la copa Santiago Bernabeu. Suena bien, y el tipo es muy insistente, aunque nos entusiasma, da para pensarlo. 50€ no es poco, pero también es una oportunidad casi única. Después de darle una vuelta completa al shopping de 2 pisos, y mientras escucho las historias de los sobrinos de Gabriel (se nota que los adora), quiénes también son fanáticos del Real y han venido al estadio alguna vez con su tío, yo estoy casi decidido a desembolsar ese monto, pero Gabriel no quiere que yo venga al estadio solo. Luego de discutir, Caro y Gaby llegan a la conclusión de que ellos también se harán madridistas, y que Caro me regalará la afiliación al club, como obsequio de cumpleaños. Yo insisto en que no hay ninguna necesidad, y que puedo absorber el caso, pero termina siendo un presente. Llenamos todos los formularios y, contentos, recibimos nuestros vales.
Se nos ha pasado el día,  son más de las 2030 y es hora de volver a casa. A mi me está pasando factura el trote de la mañana y no me parece mala idea volver a casa a comer algo y acostarnos. El plan de mañana es también deportivo, pero con bici. Eso sí que va a estar bien. Por ahora, es momento de ir a soñar con un estadio del 1er mundo repleto y un lindo espectáculo con mis primos.

Vaya, vaya, aquí no hay playa - Madrid, día 13

Saber que puedo quedarme el tiempo "que quiera" en casa de Gabriel y mi prima me hacen olvidar un poco ese "apuro" con el que anduve anteriormente, esa necesidad de conocer una ciudad lo más que se pueda en poco tiempo. Sin ningún plan por delante, me levanto relativamente tarde, aunque he estado despierto desde temprano por unos ruidos que provienen de la calle, de obreros haciendo trabajos viales. La pareja huésped ya se encuentra levantada, pero no me han ganado por mucho. Hay café, leche, sandía, y jugo de naranja para desayunar, al que ellos complementan con vitaminas. Aunque para mí está bastante bien, mi primo político no está conforme con lo que puede ofrecerme y me dice que hoy "iremos de compras" para abastecernos. Me pregunta acerca de mis gustos, entonces yo intento hacerle entender que no soy un problema en cuanto alimentación. 

Apenas después de desayunar, Gabriel me ofrece su I-Pad para acceder a Internet, mientras él busca en su colección de artículos y guías de Madrid, algo que a mi me sea útil durante mi estadía. Yo me siento en uno de los cómodos sofás del living a ponerme un poco al día con todos, a mandar las acostumbradas señales de vida a casa y a escribirle a Pato, mi ex compañera de secundario que hoy vive en Madrid, hasta que desde la pequeña habitación escucho que me llama por mi nombre. Salgo de mi ensimismamiento para dirigirme hacía dónde él esta, y me sorprendo al ver la habitación tan llena de mapas, catálogos, y guías de Madrid. "Veo que te interesa Madrid" le digo con algo de sorna, y me responde que él es una especie de fanático de su ciudad, a la que ama y conoce como la palma de su mano. "Estos te pueden ser útiles" - continúa - mientras estira su mano hacia mí con un par de guías de la ciudad. Son bastante abultados, por lo que le contesto que no creo tener el tiempo necesario para leerlos. "No importa, tenlos y lee lo que te interese, luego me los devuelves" me contesta, confiándome sus artículos de colección con amabilidad .


Mientras tanto, mi prima se ha comunicado con su amiga Anita, con la que nos juntaremos en menos de una hora. Gabriel nos llevará en su "BM" hacia la parte céntrica, cerca de dónde ella vive.


Alrededor de las 11 am llegamos al casco viejo de la ciudad, donde Gabriel con mucha buena onda nos deja. "Tenemos que pasar a buscarla a Anita" me dice Carolina, y  así lo hacemos. Por momentos, las calles se parecen mucho a dónde cenamos anoche, por eso suelto la pregunta "estamos cerca del bar de anoche?", y me dice "sí. Mirá, allá es justo donde dejamos anoche el auto". Estoy verdaderamente perdido, pero al menos reconozco los lugares. Pronto llegamos al departamento de la amiga de mi prima. Un edificio del siglo XVIII, en el barrio de la Latina, en el casco antiguo de la ciudad. Tiene un balcón hacia la calle, relativamente pequeño y antiguo, y una extraña distribución, pero muy acogedor. Hay algo nuevo, que no llego saber qué es, porque mi prima dice que "ha quedado muy bonito". Anita nos hace pasar, nos sienta a su mesa y nos convida algunos mates, tostadas y mermeladas, mientras cuenta un poco la situación por la que está pasando: ella subalquila una habitación de su departamento para recortar gastos, y compara un poco su actual inquilino con el anterior, el que al parecer ha sido una experiencia digna de olvidar. Anita es realmente un personaje, que a todo relato le pone un toque de humor que se combina perfectamente con su tonada mendocino-española. Entre tanta charla, mi prima propone salir a dar "una vuelta", pero antes le pide a su amiga que me preste un "móvil" que tiene para los que estamos de paso por la ciudad. Anita nos cuenta que el último beneficiario dejó la alarma programada para las 7 am, lo que ha significado una tortura para la pobre algunos días, hasta que pudo solucionarlo de la manera más eficaz: despojarlo de la batería.


Nuestro paseo será simplemente alrededor del Palacio Real de Madrid. Mis guías se encargan de contarme lo más que puedan al respecto, mientras alternan su relato con los chismes diarios madrileños. El Palacio es la residencia oficial del rey de España, utilizada fundamentalmente para ceremonias oficiales, ya que los Reyes residen habitualmente en el Palacio de la Zarzuela, el cual queda también en Madrid. Me sorprende la extensión de los terrenos. Les pregunto si es posible visitarlo, y aunque me contestan que sí, me sugieren no hacerlo, porque como "en todo palacio" te muestran menos del 10%, lo que no justifica, a su entender (y el mío también), el desembolso. Delante del Palacio está la Plaza de Oriente, donde los jardines centrales de modelo barroco están situados alrededor de la figura de Felipe IV. Muy elegante, por cierto, y naturalmente, pulcra. Mientras las chicas hablan entre ellas de algún otro tema que a mi no me compete, saco mi cámara del estuche y hago una foto de la plaza con el Palacio de fondo. Enseguida mi acción llama la atención de ambas, y mi prima me pregunta "querés sacar fotos?". Creo no haber contestado, al menos con palabras, pero estoy seguro de que mi gesto denotó un "Sí!" más grande que el mismísimo Palacio. "Vas a tener tiempo de sacar fotos" se contesta ella misma, tratando de tranquilizar mi sed de fotografías.



La única foto del día. Prometo hacer más en los próximos días!

Luego de poner nuevamente mi cámara "en su lugar", me dedico a integrarme a las charlas. "Si no puedo sacar fotos, al menos 'chismosiemos' de residentes en Madrid". Es ahí donde me interiorizo con la vida de la arquitecta Ana H., quién nació en Mendoza, pero de pequeña se mudó a Mar del Plata, la que abandonó de que mi prima hiciera lo propio con Tucumán. Ella pudo disfrutar de las bondades que el país ibérico ofrecía cuando el nuestro se caía a pedazos y hasta que explotó la burbuja inmobiliaria que ha generado toda esta crisis, y hoy, por desgracia, las cosas han cambiado bastante para ella, como para otros millones. Hace varios meses que se encuentra "de paro", como le llaman los españoles al estar desempleados, pero no pierde la esperanza de que esto cambiará.

Tanta charla nos está abriendo el apetito, y para combatirlo, pasaremos por un pequeño bar a tomar unas cañas con unos montaditos. Será un pequeño aperitivo, pues el plan es volver a "casa" y almorzar ahí. Caro y Anita hablan de la actividad deportiva que llevan a cabo todos los días en el Parque del Retiro de Madrid, y me invitan a unirme al grupo a partir de mañana. Ellas están muy bien entrenadas, y yo no hice más que caminar últimamente, pero acepto el desafío, dando mi palabra de que iré con ellas. Caro no cede ante mi iniciativa de pagar e invita una vez más. Los tres nos dirijimos a la parada del bus, para volver a casa, pero Anita no se unirá. 


Ya en el depto Gabriel nos propone salir cerca de las 18 a hacer compras, y aunque yo he sentido que están haciendo todo por mi presencia, él lo ha justificado diciendo que no tienen "nada" para comer.


Almorzamos juntos, con mucha charla, compensando los momentos de silencio que pude haber tenido viajando solo y los otros que vendrán. A la hora de la siesta, me siento nuevamente en el cómodo sofá, a continuar leyendo las guías de Madrid, mientras espero la hora de ir a hacer las compras.


Ya por la tarde, nos dirigimos a un gran supermercado, donde, a pesar de mi insistencia, quieren comprar todo para mí. Me preguntan "comes cereales?", "qué lácteos te gustan?", "cómo desayunas?", y tantas otras. Realmente quieren que me sienta como en casa. Carolina toma su camino y compra en general para la casa, mientras yo me uno a Gabriel, que hace las compras exclusivas para mí. Verlo comprar es casi desesperante. Minucioso al máximo, leyendo dónde se produce cada cosa, qué ingredientes tiene, cuánto pesa, qué precio. El tipo no tiene ningún apuro. Yo le cuento al pasar cómo hago mis compras en Alemania,mientras le digo "llevá ése" para simplificar la selección, pero este asunto es demasiado serio para él como para seguir mi sugerencia, mientras me dice "sabes? tienes que ser muy selectivo con lo que consumes. Si compras barato, puedes estar comiendo cualquier porquería, sólo por comer barato". Termino resignándome y dándole la razón.


Luego de más de 3 horas volvemos al departamento, cargados de provisiones. Ahora estamos todos contentos, pero demasiado cansados para volver a salir. Cenaremos algo de lo recién comprado y el día terminará acá. Me acuesto pensando que esto se parece más a las vacaciones que normalmente he tenido con la familia que a la "aventura europea" que yo había dibujado en mi mente. Pero es cierto, no está tan mal tomárselo así por un día.

viernes, 22 de junio de 2012

Alicante, donde la familia se reencuentra - Madrid, día 12

Mi Samsung E1170 me avisa que es hora de abandonar la cómoda cama. Se siente el trajín de ayer en cada punto de mi cuerpo, pero tengo que hacerlo, porque ni siquiera sé qué horarios tienen los buses que van a Alicante. Sin perder demasiado tiempo, preparo mi mochila y tengo un desayuno liviano que Nelli me ofrece. A la hora de despedirme, cerca de las 9.50 am, Leo aún duerme, evidentemente cansado de nuestro paseo, pero Nelli lo despierta para que yo pueda saludarlo. Le doy un beso y le revuelvo los pelos de la cabeza, como hacen los hermanos mayores con los más chicos. El pobre está muy dormido, pero no olvida decirme "trata de volver!". En la puerta del departamento, me despido de Nelli, quién tan bien me ha tratado, por lo que no me alcanzan las palabras para agradecerle. Ella también me dice que vuelva a Valencia si tengo un tiempo. Le prometo que lo intentaré.
Bajo por última vez del bonito departamento y llego a la estación de subtes tal como quería, a las 10 am. Se ve a las claras que hoy es domingo. No hay ni un alma deambulando. El metrovalencia, sin embargo, llega al toque  con muy pocos pasajeros. Mi estación es Turia, donde queda la estación de buses, bastante lejana por cierto, así que me entretendré haciendo algunas fotos, en especial la de aquel graffitti que me ha llamado la atención hace dos días, cuando llegué a esta ciudad.

Domingo en la estación de Metrovalencia. Nadie alrededor
Último metro en Valencia
Cierto, no?. El grafitti que leí cuando llegué a Valencia
La terminal está 2 cuadras más allá de la salida del metro en Turia, sobre la avenida de Menéndez Pidal. El día es un espectáculo, y hasta voy pensando que me hubiera encantado quedarme una jornada más para disfrutar de nuevo de la playa. Qué pena que Madrid no dé al Mar! El pasaje me cuesta 19 € y el próximo bus sale a las 13. Tengo más de dos horas en el medio, y no pienso sentarme a esperar en esta deprimente estación. El casco de la ciudad, donde estuve ayer, está relativamente cerca, y me parece una opción razonable para no castigarme tanto con la mochila. Pasaré nuevamente por la Plaza de Toros, la Plaza del Ayuntamiento y aprovecharé para comprar las postales y el pin de Valencia, como vengo haciendo en cada ciudad que visito. En el camino, cerca de la estación de trenes, me cruzo con un hombre de avanzada edad, quién de la nada me saluda y me da conversación sólo porque advirtió que soy un viajero. Me pregunta de dónde soy, si me gusta su ciudad y algunas otras cosas irrelevantes más. La charla no dura ni 4 minutos, pero él es sinceramente una persona muy agradable, y me sorprende que alguien así de fácil te charle y lo haga de manera tan natural. Me desea suerte en el resto de mi viaje, nos despedimos, y yo retomo mi camino.

Así de bonita está Valencia para decirme "adiós" 
Banco de Valencia. Hoy ni el dinero hace que la gente salga a la calle
La estación de trenes. No voy en tren, voy en colectivo
La ciudad te invita a fotografiarla, sin transeúntes
El tiempo pasa demasiado rápido cuando uno deambula, y sin querer me encuentro bastante lejos de la estación, más de 2 kilómetros, y a solo 35 minutos de que mi bus salga. Apuro el paso y me dejo llevar únicamente por mi mapa. Por momentos siento inquietud de pasear por angostas calles deshabitadas y pienso que algún ninja se va a descolgar de un árbol o aparecer tras una nube de humo instantánea. Hace rato que ando por estos suelos, pero las inseguridades que me ha instalado mi ciudad de origen están muy arraigadas. Nada, absolutamente nada sucede y llego bastante agitado a la estación, apenas 5 minutos antes de la hora anunciada de partida. La puntualidad en este caso, es bastante latinoamericana y la espera se extiende a 20 minutos. Aprovecho para comprarme un sandiwch de jamón español y un agua mineral tamaño familiar para calmar la sed provocada por el sol, la caminada y el nerviosismo de no saber si llegaba a tiempo.

Mi mapa me no me advierte por cuáles calles andaré... y eso es lo mejor de andar sin brújula!
En la sala de espera disfrutamos del aire acondicionado no más de 6 personas. El bus llega a la plataforma luego de su retraso, pero no tardará en salir viendo la cantidad de personas que lo abordaremos. El chofer me dice que no puedo subir con mi gran mochila y que debo dejarla en la bodega. Todo es "autoservicio"; sin embargo, no hay un número o algo para ponerle a mi equipaje y ahora debo encomendarme a Dios para que alguien no se lo lleve por equivocación. La cámara, el libro, la agenda y el agua serán las únicas cosas que irán conmigo arriba. El viaje es de poco más de dos horas hasta Alicante. El paisaje es muy bonito y la autopista siempre va bordeando el azul mar Mediterráneo. Se ven algunos pueblos muy bonitos a los costados y en algún momento algo así como un fuerte también. Durante el camino voy pensando en lo mucho que hace que no veo a mi prima, y lo loco que es que sea yo quién la visita en Madrid, cuando todo este tiempo ha sido al revés.
Poco antes de las 16 estoy en la estación terminal de Alicante. Ya desde que entramos a la ciudad unas ganas enormes de quedarme al menos un día invadieron lo profundo de mi alma. Una estupenda avenida costanera con ancha platabanda llena de palmeras y flores, un mar tentador y un sol que te invita a darte unos chapuzones son los motivos de tales deseos. Bajo del micro y saludo al chofer, quién sí me contesta a diferencia de aquel que ni siquiera me miró en Roma. Me dirijo a la bodega con ese pequeño miedo latente de saber si tus cosas aún están ahí. Mi mochila yace, única y solitaria en la bodega. La recojo y me dirijo directamente hacia la costanera, mientras le escribo un mensaje de texto a mi prima, avisando que ya estoy en Alicante. Al mismo tiempo pienso de qué manera podría ponerme un short y sumergirme por unos minutos en esas aguas, hasta que llegue mi prima con su marido a recogerme. Dos minutos más tarde, Caro me responde que en poco más de 40 minutos pasarán por mi.

Atrás de esa montaña a la izquierda se esconde el mar azul azul.
"Si la montaña no nos deja pasar, te hacemos túneles y autopistas impresionantes" pareciera ser la idea
Llego a la costanera, por una calle que da justo a un pequeño puerto en donde se ven yates y otros medios de navegación. Se respira ese olor a mar característico de las ciudades costeras. Mi andar es tranquilo, porque disfruto a más no poder del paisaje estupendo del mar hacia mi mano derecha y la montaña a mi izquierda, a no más de 300 metros de distancia. Todo mejora aún, cuando en la búsqueda desesperada de un poco de playa, una figura de una chica preciosa con serios problemas con su pareo se mueve en mi misma dirección. No hago más que seguirla hipnotizado. Sin embargo, su paso no es veraniego como el mío, y pronto la pierdo de vista, no sin antes capturar lo bello de aquel momento. Ahora estoy justo en la playa, pero los tiempos no me alcanzarán para refrescarme. Estoy a unos 100 metros del Meliá Alicante, un lujoso hotel instalado sobre la playa. Me conformaré con observar cómo la gente se divierte y relaja, desde la sombra que proyecta el edificio. Pronto me aburro y quiero más, pero en cuanto empiezo a cruzar el puente peatonal para ir hacia la montaña enfrente de la costa, mi teléfono suena. Es Caro, quién me pregunta mi ubicación exacta y me dice que en 15 minutos vendrán por mí. Aprovecho ese tiempo para hacer algunas buenas tomas antes de ir al punto de encuentro. Se hace la hora de vernos, y mi teléfono vuelve a sonar. "Al frente de un kiosco de revistas" me dice, a lo que le contesto "ahí estoy!" y cuando muevo un poco la vista, la veo, parada a 15 metros de mí, con un sombrero de paja (o mimbre), anteojos de sol enormes, esbelta, casi flaca, tostadísima con sus cabellos al vientos. "Hija de p...! Estás hecha una Moria Casán con esos anteojos!" le digo, despertándole su típica risa que yo tenía casi olvidada. "Feliz cumpleaños!" me dice, por mi cumpleaños del día de ayer. "Vení, acá está Gabriel (su marido) con el auto". Caro me lo presenta, y él se baja como cualquier caballero. Es un hombre de figura atlética, calvo y más alto que yo. "Un gusto" le digo, luego de saludarnos con un beso. Gabriel tiene un pequeño BMW 315 (creo) - para los que no conocen de autos como yo, sería el equivalente en tamaño a un poco más que un Fiat Super Europa-. Mi prima hace un lugar en el baúl para mi gran mochila llevándose algunas cosas consigo hacia adentro del auto. Hay poco espacio, por la cantidad de cosas que llevaron para pasar unas 4 semanas en un pequeño pueblo cercano a Alicante. Caro me cede el lugar del copiloto, sentándose en la parte trasera y partimos.

Una preciosura de peatonal, con su piso de mármol, palmeras y flores.
Como para no seguirla...
Meliá Alicante - Pedazo de hotel de lujo.
El cuidado y el detalle al máximo hacen una ciudad atractiva, sea cual sea.
Para los que discuten si playa o montaña...
... Alicante tiene ambas.
No hay un sólo ángulo que muestre un lugar feo.
A la pucha! qué ganas de quedarme! Lástima que Madrid no tiene playas.
Tenemos más de 400 Km hasta Madrid, y la charla se extiende por todos los temas posibles que hayan estado oxidados desde los últimos 3 años tal vez, que han pasado desde que nos vimos por última vez. Mi estadía en Alemania, el fallecimiento de su papá (apenas menos de 2 meses atrás), su situación en España, nuestras familias en Argentina, etc., etc. etc. Gabriel se muestra callado al principio, pero poco a poco comienza en participar más de las charlas con su acento madrileño. En algún punto, hasta noto que le hace bromas a mi prima, a quién la llama "Caro" o "cariño". También me causan gracia para mis adentros algunas palabras que utiliza mi prima, usadas en España y no en Argentina. Sin dudas que 8 años en otro país te tienen que marcar hasta el lenguaje!
En algún momento, nos desviamos de la ruta que debiéramos seguir, por alguna distracción. Hacemos varios kilómetros para poder encontrar algún punto de retorno. Las autopistas, lejos de parecerse a la de Tucumán al menos, tienen un guardrail que impiden doblar en "U" en cualquier punto. Finalmente encontramos un desvío, y paramos en una estación de servicios a estirar un poco las piernas también. Mi prima me convida una sandía deliciosa que tenía troceada en la conservadora. Me pasa el tupper, y notando mi hambruna, les digo "coman, que yo me las voy a liquidar. Puedo, Caro?". Estoy muy contento de verla! y al parecer el sentimiento es recíproco.
Cerca de la hora de la merienda, hacemos otra parada en el equivalente de un Bar al paso europeo, donde yo me tomo un rico café con leche con croissants y ellos se ordenan algo que será una constante en los días que pasaremos juntos: café con hielo. "Café con hielo?!" pregunto, sorprendido. "Deberías probarlo, es muy refrescante" dice Gabriel. No sé si llegaré a animarme. La puerta de este lugar golpea con mucha fuerza, haciendo un ruido estrepitoso al cerrar, haciéndome dar saltos de susto en la silla cada vez. Primero sospecho del fuerte viento que corre afuera, pero al irnos noto que es sólo el brazo hidráulico que pide con urgencia un poco de mantenimiento.
La sequedad del ambiente ha sido reemplazado por la humedad que ya se siente en la piel a sólo unos 300 kilómetros de la playa. Una tormenta se ve en dirección a Madrid, mientras Gabriel me muestra los rieles del tren de Alta Velocidad Española (AVE), sobre la mano contraria, que unen la capital española con Barcelona, las primeras gotas comienzan a estallar contra el parabrisas del bólido rojo. La noche empieza a caer, pero el camino nos muestra otra sorpresa: unos incendios sobre unas montañas le dan a nuestros ojos un espectáculo único. Pocos minutos después, estamos ya ante la entrada de la gran ciudad.

Sólo un poco más, que ya llegamos!
Madrid se ve muy industrial en sus alrededores, pero no puedo apreciar mucho más de la ciudad en estos momentos. Calles, túneles, avenidas son demasiado para mí a estas horas. Acostumbrado a bajarme en las estaciones de trenes o aeropuertos y luego caminar, llegar en auto me desconcierta un poco, y es casi nada lo que puedo apreciar. Gabriel me explica las entradas que tiene la ciudad, pero mientras estoy intentando procesar tal información, hasta que mi prima interrumpe con un "ya llegamos", por lo que me consuelo pensando "mañana será el día para conocer". Mientras Gabriel dirige el BMW hacia el garage en el subsuelo de un edificio, el reloj ya está pisando las 22. Ayudo un poco con el equipaje, pero un ascensor hace todo más fácil hasta el departamento, que es muy cómodo, con varios ambientes. Gabriel se ha preocupado de antemano, pidiéndole a un pariente un colchón inflable de dos plazas, al que acomoda en un pequeño estudio, a pesar de que insisto que no es necesario y que puedo dormir prácticamente en cualquier lado. "Quiero que te sientas como en casa", se justifica. De hecho, así es. Una vez inflado, el colchón hace parecer al estudio aún más pequeño, rozando de ambos lados con una repisa y con un placard. Es estupendamente cómodo y siento que voy a descansar como un rey en estos días. En teoría 5, hasta el viernes 26 a la noche - si los anfitriones están de acuerdo -  cuando comienza la validez de mi pasaje de Interrail, aunque aún no sepa claramente cuál es el próximo destino.

Entrar a Madrid me ha dejado desconcertado! No caminar hace que la ciudad sea un laberinto para mí!

Gabriel me muestra uno de los baños de la casa, el que destina exclusivamente para mi; me ofrece toda clase de comodidades que yo no poseo por lo precario de mi equipaje. Nuevamente aclaro que no son necesarias tantas cosas. Lo que menos quiero es causar molestia, pero Gabriel es tanto o más tozudo que yo, ignorando prácticamente mi posición.
Luego del baño, mis primos han planeado cenar con Anita, una amiga de Caro y ahora de la pareja, en algún lugar céntrico de Madrid. Ella es una mendocina que vive desde hace varios años en España también y, como a mi prima, alguien a quién la crisis europea ha alcanzado. Subidos nuevamente en el coche, Gabriel reniega bastante del tráfico de Madrid, pero aclara que no es nada comparado con el habitual, fuera de las vacaciones de verano. El destino es un bar muy pintoresco, donde brindamos con unas cañas por mi cumpleaños y principalmente por este reencuentro. Pedimos unos platos típicos españoles, mientras la charla fluye de modo ameno, aunque no se extiende demasiado dado el cansancio que cada uno de nosotros porta. 
A la salida del bar, la lluvia vuelve a arreciar y corremos hacia el auto para evitar en vano mojarnos. Nos trasladamos a la zona jóven de Madrid para tomar un helado, pero finalmente no lo hacemos y decidimos volver al departamento. Mientras nos acercamos al lugar de estacionamiento, vemos a unos cuántos jóvenes muy cómodamente apoyados en la parte trasera del vehículo , quiénes han apoyado sus vasos y latas de cervezas en el baúl del auto. Apenas terminamos los cuatro de subirnos, ya Gabriel había puesto la marcha atrás y salió intempestivamente, haciendo volar por los aires los envases ante el asombro de aquellos "inocentes".
No debería ser tan agotador el simple hecho de transportarse. Hoy no hice más que recorrer kilómetros y kilómetros en auto y bus. Bueno, también reencontrarme con la familia, la vieja y la nueva. Tal vez el flujo de información intercambiado me ha agotado también. Al salir del bar, la lluvia nuevamente nos encuentra y corremos hacia el auto de Gabriel, para evitar, sin éxito, mojarnos. Anita vive muy cerca del local donde comimos,  despidiéndose de nosotros poco antes y yendo simplemente a pie.
Ya de vuelta en casa, Gabriel me pregunta qué cosas quiero visitar en Madrid, pero rápidamente percibe que no tengo planes. Ni siquiera sé qué hay para ver en Madrid. "Mañana vemos" me dice. Hay tiempo para pensarlo. Por ahora, un terrible colchón inflable me está esperando.

domingo, 3 de junio de 2012

Feliç aniversari - Valencia, día 11

Si pudiera elegir cómo despertar cada día, seguramente me inclinaría por algo parecido a lo de hoy: buen humor, bien descansado, el sol tibio que entra por las rendijas de la persiana y saber que estás en una ciudad preciosa como Valencia, con nada de qué preocuparte, sabiendo que será un día satisfactoriamente agotador.
Chequeo la hora en mi celular, pero antes de ver que son las 9 a.m., me encuentro con un saludo de mi mamá desde Argentina. Al salir de la habitación noto que Leo sigue durmiendo, pero Nelli ya se ha despertado. Ella se encarga de despertar a mi compañero de paseo, y nos prepara un rico café con leche, mientras yo pregunto, como siempre, qué cosas debería visitar. Nelli le sugiere a su nieto que debería acompañarme a la ciudad de las Ciencias y las Artes. Al oir ese nombre me frunzo de ceños y pienso "Ciudad de las Artes y las Ciencias?! Pero si yo quiero visitar Valencia! No otra ciudad!" Nelli nos da las indicaciones de cómo llegar a ese lugar y yo comienzo a ubicarme en el pequeño mapa que he conseguido ayer en el aeropuerto. También nos provee de alimentos y agua para el día, sabiendo lo extenuante que será la jornada bajo los treinta y algo grados de temperatura paseando por la ciudad. "Cómo me mal acostumbran! Tanto servicio me va a aburguesar" pienso, pero al mismo tiempo me encanta ser tan mimado por unas cuantas horas.
Nelli, como buena abuela, baja con nosotros y nos acompaña a la entrada del subte, donde no me permite pagar el boleto e incluso carga la tarjeta en la máquina automática con una promoción de 4 viajes, supuestamente con validez para todo el día. Mi insistencia para devolverle el dinero no tiene ningún efecto.
Leo y yo pasamos marcando con la misma tarjeta, lo que está permitido, siempre que la tarjeta sea pasada por el sensor una vez por cada persona que viaje.
En el metro nos entretenemos con Leo hablando de lo que hace uno y lo que hace el otro, lo que estudiamos, de dónde venimos y qué es lo que hemos hecho. Su historia de niño tucumano dejando el pago para radicarse en España me atrapa sobremanera. Hoy es un valenciano con corazón tucumano: habla casi a la perfección el idioma, pero recuerda nuestra provincia como si hubiese sido mucho mayor cuando la dejó. Al él, en tanto, le copa saber cosas de los lugares que he pisado, escuchar cuestiones culturales que tengan que ver con Alemania y todo lo que esté relacionado con esa experiencia.
Luego de 40 minutos de viaje, llegamos a la estación Alameda, cuya salida es un túnel peatonal en el que no hay mucho movimiento. Alameda es un paseo y avenida de la ciudad que se extiende desde los Jardines del Real hasta la Plaza de Zaragoza. Sin embargo, a unos 200 metros, se ve la Plaza de la Porta de la Mar (nombre que me aprenderé mucho después) y le sugiero a Leo desviarnos del camino, sólo para pasear por el "lindo monumento". Al llegar a la rotonda donde está emplazada, Leo me ofrece sacarme una foto y yo no dudo ni un instante. Le ofrezco fotos a él también, pero él sabe que yo soy el turista, y entiende, que al menos hoy, seré la única persona que acapare todas las instantáneas. Retomamos el camino en dirección a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, por Alameda. Noto que el sábado valenciano se respira a medida que voy caminando por este bellísima vía: gente paseando sus mascotas, andando en bicicleta, trotando, bajo un sol divino y una temperatura ideal. Nosotros también paseamos con andar de fin de semana. Hasta que nos topamos con unas fuentes de agua espectaculares que anteceden al Palacio de la Música Valenciana. Leo se hace dueño de mi cámara y saca unas tomas que me sorprenden. Le hago saber lo genial que están y vuelvo a ofrecerle "posar" para la foto, pero nuevamente se niega. Entre tanta charla, termino preguntándole cuándo es su cumpleaños. "27 de septiembre" dice, "y el tuyo?". Me arrepiento de haber llevado la charla hasta ahí, diciéndole "20 de agosto". "Hoy!!!" me responde sorprendido, y agrega: "cómo no nos dijiste?! así le decía a mi abuela y te preparábamos algo". Mi cara se desfigura, mientras le pido por favor que no avise, sino se tomarán molestias que no corresponden. "Además, no es algo que me guste mucho cumplir años", agrego con un dejo de gracia y resignación.

Como el cartel dice, a mis espaldas la Plaza de la Porta de la Mar
El Puente de las Flores, que cruza perpendicularmente la Alameda
El Palacio de la Música Valenciana...
... y sus muy preciosas fuentes
Apenas unos cuantos metros más adelante, empieza a emerger el estupendo complejo arquitectónico diseñado por Santiago Calatrava. Al llegar al pie de la magnífica obra, no me salen muchas otras palabras más que "uh!!!", "está loco!" e "impresionante!". Paseamos un poco por el gigantesco predio en el que se realizan  conferencias, congresos, convenciones, eventos deportivos, entre otras cosas. Me dan ganas de entrar al acuario o alguno de los museos, pero sé que sólo tengo un día para conocer la ciudad, entonces hago que mi decisión dependa de las ganas de Leo de visitar algo:
- Querés que entremos a algún museo, Leo? - le digo.
- No, yo no - contesta.
- Mirá, este! - le digo, señalando la entrada al L'Umbracle.
- No, no, gracias. Si vos tenés ganas, vamos... - dice, tirándome la responsabilidad exclusivamente a mí.
- La verdad, prefiero seguir conociendo la ciudad - digo, cerrando la discusión.
Tremendo el diseño de Ciudad de las Artes y las Ciencias
Así, ni más ni menos impactante
Pensar que lo que está sobre mi cabeza es una calle
No, no es una pintura. Es una foto.

Pasada una hora,decidimos volver a la zona céntrica, donde Leo me mostrará la Plaza de Toros, la Plaza del Ayuntamiento y la Catedral. Nos vamos a la parada del bus, donde una pareja con un niño pequeño está también asoleándose. Les pregunto qué número de línea deberíamos tomarnos, para ir al casco viejo de la ciudad, a lo que el hombre muy amablemente me responde en su, para mí, difícil español. Mi acento no ha pasado desapercibido, y me pregunta de dónde soy. Cuando respondo, me dice "Ahhh, tu eres un boludo!". Mi cara no debe haber sido de las más simpáticas que he hecho en mi vida, y ante mi silencio, el hombre continúa: "Vosotros decís 'boludo' muchas veces, a todos. Cierto? Pues por eso tu eres un boludo!" insiste. "Si, claro, pero depende la manera en que uno lo usa. En ciertos casos es un insulto"  le digo, para luego agradecer su ayuda y pasar a ignorarlo. "La gente conoce a los argentinos por eso, pero me parece que no saben bien lo que significa" me dice Leo. "Evidentemente, no!" le contesto, riéndome y entendiendo lo mal que se pueden interpretar las cosas cuando uno las ve de afuera.
Nos bajamos a unos metros de la Plaza de Toros, y Leo me pregunta si me gustaría ir a la Fnac, una especie de shopping de venta de DVD, artículos de computación, telefonía y electrónica. Suena bien, así busco algún kit de limpieza para la lente de mi cámara. La variedad de artículos es alevosa, tanto como los precios. No consigo lo que busco, pero nos entretenemos viendo la tecnología de punta que se encuentra en venta. Lamentablemente, hay que hacer cola para "probar" las consolas de videojuegos. Ninguno de los dos tenemos tantas ganas de jugar, así que nos vamos a la Plaza del Ayuntamiento.
Valencia se siente acogedora. Es pequeña y pintoresca. La Plaza del Ayuntamiento con sus pisos de baldozas resplandecientes, sus árboles, palmeras y flores, una fuente espectacular me hacen sentir así, en una especie de ciudad-pueblo, porque lo tiene todo y sin embargo no te abruma. Leo me sugiere seguir camino hacia la Catedral, y seguimos viaje por la calle de San Fernando/San Vicente Mártir, toda pintoresca y donde los rayos del sol no tocan el asfalto de la angosta vía, por sus edificios y por la cantidad de árboles. Hay un Starbucks repleto de gente, y Leo me pregunta si he ido alguna vez a uno. Se sorprende, casi de manera ingrata, al escuchar que jamás me he tomado siquiera un té ahí. "No sabía que pasaríamos por acá, sino traía unos descuentos que tengo en casa" me dice, como sintiendo lástima de saber que su huésped no ha pisado nunca el popular café.
La Catedral de Santa María es una construcción del siglo XIII, pero que se prolongó durante muchos más, con un estilo gótico predominante. Se encuentra sobre la antigua mezquita de Balansiya, que a su vez se había alzado sobre la antigua catedral visigótica. Sin detenernos demasiado nos vamos a la Plaza de la Virgen, unos 50 metros detrás de la catedral, que tiene un Neptuno y mujeres desnudas alrededor. No me explico por qué se llama Plaza de la Virgen. Le pregunto a Leo si conoce el estadio del Valencia F.C., y me cuenta que fue alguna vez de muy niño. Cuenta que le ha encantado aquella vez, y yo le sugiero encarar a pie hacia el estadio. El chango acepta con gran entusiasmo. En el camino hacemos una parada en un supermercado, donde nos reabastecemos de agua, algunas frutas y todo lo necesario para hacernos unos buenos sándwiches. Sin tardar demasiado, seguimos encarando hacia el estadio, y si bien me ubico fácilmente con el mapa, a Leo le tambalea un poco la confianza, por lo que le pedimos a un valenciano que nos ubique. 10 minutos después, estamos en la puerta del Mestalla, al que me lo había imaginado mucho más pequeño. No se ven muchos autos, tampoco gente, pero asumo que en algún lado está la entrada para turistas. Leo inspecciona como yo el estadio, en busca de un ingreso abierto, hasta que nos chocamos con un cartel que dice que el estadio está abierto todos los días, excepto los sábados. Tamaña decepción!!! Otra que la Fiorentina!!! "Esto no puede ser!" le digo a Leo, contándole lo que ya me pasó en Florencia. Encontramos un timbre en uno de los portones, pero a pesar de la insistencia nadie sale a atendernos. Nada va a cambiar, así que le pido a Leo una foto desde afuera, como para el recuerdo.
La Plaza del Ayuntamiento
Fuentes, flores, bancos de plaza, baldosas de mármol... Valencia
La carrer de les Barques con sus palmeras, y el Banco de Valencia al fondo
La Plaza de la Reina y la Catedral de Fondo
Posando en la Plaza de la Virgen
Una decepción enorme (de nuevo) no poder entrar al estadio
Así que me voy con esta toma...
Propongo hacer playa, y Leo no podría estar más entusiasmado. El camino es largo, por eso nos detenemos antes a prepararnos unos sencillos sandwiches en una avenida con una hermosa platabanda ancha, repleta de árboles y bancos para descansar, llamada Av. de Vicente Blanco Ibañez. Justo antes, la mamá de Leo lo llama para saber qué hacemos y si todavía estamos vivos, como si fuera que vivimos en Tucumán, por ejemplo. Un poco por las ganas de ir a la playa y otro poco por la cantidad de moscas que nos acosan, el almuerzo dura 30 minutos y seguimos en marcha. En algún punto, la avenida parece terminar, pero mi mapa me dice que yo debo seguir en la misma dirección, y en ese sentido las calles angostas se pierden en un barrio de casas de dos pisos muy venidas a menos. Estaremos en Valencia, en España, en Europa, pero cuando los lugares se ponen turbios eso deja de convencer a tu cabeza que nada puede pasarte. Y yo no tengo ninguna intención de rodear este barrio, porque mi mapa muestra que ese camino alternativo es muy largo. "Leo, guardá el teléfono y el reloj" le digo a mi amigo, mientras le hago un lugar a la cámara de fotos en mi mochila, confiando que nada puede pasar bajo la luz de este día. Se ven algunos adolescentes, visiblemente de niveles económicos más humildes, gente en las puertas de las casas haciendo nada y todas las miradas que detectan lo foráneo de estos dos caminantes. Leo interrumpe la tensión que nos abruma, diciéndome "esto es el Cabanyal!". La entonación es la misma que yo le pondría a "esto es la Bombilla!". El Cabanyal es un antiguo barrio marítimo, muy pintoresco, pero, a juzgar por la exclamación de Leo, menos seguro que el resto de la ciudad. A paso rápido dejamos atrás el barrio, ilesos, y apenas la perspectiva lo permite, se ve el mar, celeste, imponente, donde nos pasaremos las próximas 3 horas disfrutando de la frescura del agua y la belleza de la playa y, por supuesto, de sus valencianas. Volver a pisar el mar me trae recuerdos de las vacaciones en familia en Brasil, de las buenas épocas.
Luego de divertirnos largo rato con Leo y hasta aplicarle una siesta, caminamos hacia el Puerto, a unos 600 mts., donde el sol nos castiga a más no poder, pero nada que un helado no pueda hacer olvidar. Leo me cuenta que la Fórmula 1 corre ahí el Gran Prix de Valencia, e incluso me muestra el trazado publicado en un cartel.
Azul, como el mar azul!
Arena, sol, agua, chicas... me quedaría acá mucho más tiempo!
... pero es hora de pegar la vuelta, no antes de hacer una foto con las banderas de España y la comunidad valenciana.
La tarde está por caer, y yo creo que es hora de volver. Los más de 8 Km caminados con ojotas están pasándole factura a mis pies y a mi cuerpo en general, así que el Metrovalencia será el encargado de llevarnos a casa. Sin ningún problema podemos subir, pero al querer bajar en una de las paradas, nuestra tarjeta tira un error, como si fuera que no hemos pagado el boleto. Probamos una y otra vez con Leo, y nada. La empleada de la firma nos ve, y nos pregunta si cuando cambiamos de metro marcamos la salida, a lo que respondemos que no (lo que era correcto hacer). Nos pide nuestra tarjeta y ve que el tiempo para usar el crédito ha expirado. Nos explica que la promoción para hacer esos 4 viajes tiene una restricción de tiempo también, el que expiró mientras estábamos aún en el metro. Indignado, le digo que eso no estaba claro en la máquina al cargarlo. Sin pestañear, la señora me contradice y me ofrece el libro de quejas, lo que acepto gustoso. Allí relato todo lo sucedido y finalmente nos dejan salir de la estación sin quedar como delincuentes. Más tarde yo chequearía el funcionamiento, y efectivamente, la empleada de Metrovalencia está en lo cierto. "La queja ya está hecha" pienso.
Al volver a casa, Leo no se aguanta y finalmente le comenta a su abuela que hoy es mi cumpleaños. Nelli nos prepara unos deliciosos langostinos, sándwiches de miga y a mi me tiene reservada una cerveza San Miguel, para brindar por mi día. Charlamos de lo que hicimos hoy, y no puede creer todo lo que anduvimos con Leo y yo le digo que estoy sorprendido lo fiel que ha sido él. Se le ve el cansancio en la cara, pero nunca quiso volver antes que yo a casa. Estoy seguro de que él también lo ha pasado de maravillas. Les explico que finalmente mañana me iré de aquí, hacia Alicante, donde nos encontraremos con mi prima Carolina. Me dicen que es una lástima, principalmente porque no podré conocer a Ana María, la mamá de Leo. A mi también me apena eso, pero un viaje a Alicante de 180 kilómetros es mucho más económico que pasar directamente a Madrid, con más de 350 kilómetros. Después de la cena, me mensajeo con mi prima, asegurándole que mañana pasado el mediodía estaré en dónde pactamos. Nelli me dice cómo hacer para llegar hasta esa ciudad y que a las 09.00 estaré de pie para despedirme de ella y su nieto. Leo se despide porque el trajín del día le ha caído de golpe encima y yo sigo sus pasos sólo media hora después, con las caricias del sol marcadas en mi espalda. El de hoy ha sido un cumpleaños inolvidable!